PUEBLOS DE 15 DÍAS*
Mujer que sale a comprar fruta. Zarza Capilla, 2012.
Las calles de Zarza Capilla estaban desiertas, salvo por algún perro intrigado por dos forasteros que daban su primer paseo. El sol de diciembre era acogedor en aquel lugar de Extremadura. Las sombras no tanto. Una furgoneta anunció su llegada rompiendo el silencio con su motor cansado. Era martes y los martes era el día de comprar la fruta de la semana en aquel pueblo de 15 días.
*(Serie en edición)

- Mujer que sale a comprar fruta.
- Zarza Capilla, 2012.
Las calles de Zarza Capilla estaban desiertas, salvo por algún perro intrigado por dos forasteros que daban su primer paseo. El sol de diciembre era acogedor en aquel lugar de Extremadura. Las sombras no tanto. Una furgoneta anunció su llegada rompiendo el silencio con su motor cansado. Era martes y los martes era el día de comprar la fruta de la semana en aquel pueblo de 15 días.
#Extremadura
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Ella fue la primera en llegar con el carrito, el perro, la bata de andar por casa. Fueron apareciendo otras mujeres y algún hombre. Los kiwis y las berenjenas tenían buena pinta, en la umbría, ante las miradas y cotilleos de seis o siete personas que hacía tiempo ya no contaban los años. El martes también era el día en el que venía el médico. Quedaban pocos días para Navidad.
Zarza Capilla, 2012.

Se acercó como una tortuga herida y nos contó que tenía el corazón en las últimas. Que le venía bien dar un paseo antes de encerrarse en casa para afrontar la noche. Vivía solo, sin perros ni gatos. Se sentaba todas las mañanas de sol en aquel banco de aquella acera por la que paseaba al atardecer, como una tortuga herida que evita mancharse las pantuflas de tierra y hojas muertas.


Tenían la piel curtida por el aire de cada huida, por el hambre del pasado y la soledad del presente. Los hijos habían escapado a la ciudad, los nietos solo venían en verano. La fruta estaba fresca y eso era lo único importante en ese momento. Frente a la tele se la comerían por la tarde, tan a gusto, sin una sonrisa. La tentación llegaría durante la publicidad, recordar las calles llenas en las fiestas de agosto. Era más largo un día de soledad, que un día sin pan.





Qué fue antes, tapiar las ventanas o desplomarse las tejas sobre el suelo de lo que fue un hogar. Colgar la ropa vieja de trabajos viejos o candar la puerta antes de partir. Dónde están los niños que jugaban a la pelota.
¿Vives cerca o vives lejos de todos?




Los forasteros dejaron Zarza Capilla atrás y siguieron camino. Parada en Quintana de la Serena. En cada bar, un cenicero de granito en la puerta, un cementario de mármoles brillantes, tumbas que parecían recién estrenadas. El granito y el mármol vivían su gran depresión después de la crisis del 2008. Apenas recibían encargos, apenas sobrevivían. Seguían explotando la cantera, laminando los desaforados bloques de granito. El polvo era una mosca cojonera.
Quintana de la Serena, 2012.

Rocinante está vivo.
Cantera en Quintana de la Serena, Extremadura (2012).




Aquella pareja había emigrado a Valencia del Ventoso para regentar un bar. El hombre era todo simpatía. Movía las manos como un comercial experimentado y tenía la ilusión de un chaval que empieza una nueva vida después de haber vivido otra en Portugal. El bar era un desconsuelo. Todo brillaba lo que podía brillar. En aquellas banquetas viejas no sobrevivía una mota de polvo. Sin clientes. Podías combatir la desolación con los mejores dulces portugueses de la zona, porque no había otro lugar en el que encontrarlos.
La mujer disimulaba peor, parecía a punto de llorar o de tirar todas las botellas en un arrebato por mucho que le hubiese costado horas quitarles el polvo.
Valencia del Ventoso, 2012.


¡Asegure lo cierto!
Cabeza del Buey, 2012.


Puerta sujeta con piedra.
Almazara en Medina de las Torres, 2012
